Imaginemos la escena: un grupo de señores en trajes impolutos, con sonrisas más falsas que un billete de tres pesos, reunidos en una elegante sala. Mientras afuera, el pueblo clama por cambios, ellos discuten sobre quién se queda con el pastel político. Y ahí está Jorge, con su mirada de “aquí no ha pasado nada”, como si la corrupción y el cinismo fueran parte del paisaje.

¡Y qué decir de las promesas! Esas palabras dulces y vacías que flotan en el aire como globos de helio en una fiesta infantil. “Vamos a ser una oposición inteligente y propositiva”, dicen con un tono tan convincente que cualquiera podría pensar que acaban de descubrir el hilo negro. Claro, porque lo que necesitamos es más de lo mismo: chantajes, moches y fraudes al por mayor. ¡Qué originalidad!

Los tiempos han cambiado, pero parece que ellos no se han dado cuenta. El país clama por sangre nueva, por jóvenes valientes que realmente quieran hacer la diferencia. Pero aquí estamos, viendo cómo Jorge se sienta en su trono, como si fuera el rey Midas de la desvergüenza. Cada vez que habla, uno se pregunta si tiene un manual de sarcasmo bajo el brazo o si simplemente está practicando para un papel en una comedia de errores.

Y mientras tanto, los ciudadanos seguimos esperando esa oposición responsable y trabajadora. Pero claro, eso es pedir peras al olmo cuando tienes a Jorge y compañía dirigiendo el barco. ¿Inteligencia? Bah, eso es para los libros; aquí preferimos el arte del circo: malabares con la verdad y payasos riendo a carcajadas mientras el país se desmorona a su alrededor.

Así que brindemos por Jorge Herrera y su elección. Que siga la función y nosotros seguiremos siendo los espectadores atónitos ante este espectáculo tragicómico llamado política. ¡Porque al final del día, no hay nada más entretenido que ver cómo se repiten los mismos errores una y otra vez!

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